Estaba leyendo sobre los despidos que hará JP Morgan en Bear Stearns después de haber pagado 2 $ por acción, me acordé de lo mismo que leí hace cuatro años con Bank of America, y tantas y tantas veces que he leído lo mismo en la banca de inversión. El primer pensamiento es por la gente que se queda sin trabajo, pero yendo un poco más allá pienso en los clientes de la gente que se queda sin trabajo y yendo un poquito más allá en los clientes de la gente que no sabe si se quedará sin trabajo. ¿Cómo será el asesoramiento en esos momentos? ¿Es bueno que el patrimonio de un cliente esté expuesto a esas emociones fuertes por parte de quien le asesora? Si, si, ya se, indiscutiblemente está la ética, la profesionalidad…pero cuando uno está realmente cabreado con quien le paga, que no es el cliente si no la entidad…
Nunca me había parado a pensarlo pero hoy al leer esta noticia, quizás sería bueno hacer un estudio sobre la influencia del ambiente de trabajo de una entidad sobre el patrimonio de los clientes. Los psicólogos le llaman “clima”.
Quiero reproducir un artículo de Lucy Kellaway, columnista del Financial Times que publicó en febrero de este año y tituló “Fiestas de ex alumnos”. En él podemos leer sobre emociones y sentimientos de trabajar en un gran banco como JP Morgan.
Nunca me había parado a pensarlo pero hoy al leer esta noticia, quizás sería bueno hacer un estudio sobre la influencia del ambiente de trabajo de una entidad sobre el patrimonio de los clientes. Los psicólogos le llaman “clima”.
Quiero reproducir un artículo de Lucy Kellaway, columnista del Financial Times que publicó en febrero de este año y tituló “Fiestas de ex alumnos”. En él podemos leer sobre emociones y sentimientos de trabajar en un gran banco como JP Morgan.
Lucy Kellaway / Financial Times.
Me duele ligeramente la cabeza y mi cartera está llena de tarjetas de presentación. Una es de un acupuntor. Otra de un entrenador de caballos de carreras, y el resto de gestores de activos, miembros de grupos de capital riesgo y presidentes de compañías que llevan su propio nombre. Fue una buena fiesta.
La noche comenzó como suelen hacerlo las mejores: con una sensación de pavor. Era la reunión anual de ex alumnos de JPMorgan, por lo que se combinaban los dos tipos más sombríos de función social: las reuniones y los eventos de creación de redes.
Mientras me dirigía siguiendo el curso del Támesis hacia Festival Hall pensaba que (a) no conocería a nadie, ya que abandoné el banco hace 25 años; (b) que mis días en JPMorgan son una época poco feliz de mi vida que en la actualidad me resulta irrelevante; y (c) tienen que existir medios menos dolorosos para encontrar algo sobre lo que escribir. No empezó bien. "Sé quién eres", me dijo la primera persona con la que me encontré en una sala abarrotada.
Su placa me indicaba que aún trabajaba para el banco, y no parecía muy amigable. Me comentó que existía un artículo que yo había escrito hace ocho años basado en muchas ideas erróneas que le gustaría corregir. Inspeccioné la sala mirando sobre su hombro: Walter Gubert, presidente de JPMorgan en Europa, permanecía de pie para dar la bienvenida a todos los presentes. "Esta fiesta continúa creciendo en tamaño y calidad", comentó.
Un ex banquero me dijo por lo bajo: eso es porque la gente se sigue marchando. A juzgar por su número en la sala, las mujeres son las que se siguen marchando con más frecuencia. La primera con la que conversé me dijo que se había marchado porque el trabajo la hacía llorar. Le respondí que la banca también me había hecho llorar, y que mis lágrimas fueron una mezcla de aburrimiento y miedo a seguir cometiendo graves errores en acuerdos sobre cambio extranjero.
Las suyas, me explicó, eran de frustración. Era directora gerente, y me aseguró que se había hartado de sandeces. Ahora enseña en una escuela de negocios, forma parte de una firma de capital riesgo y derrama menos lágrimas. Tras ella, avisté el rostro sin cambios de un hombre con el que solía tener pesadillas. Cuando tenía 22 años, mi jefe me trataba como una basura, pero ahora me miraba amigablemente desde el otro extremo de la sala. ¿Qué sucedía? ¿Se le había endulzado el carácter? ¿Y a mí?
Apenas me había recuperado de esta experiencia cuando vi a otro de mis antiguos demonios. En 1982, una mujer estadounidense me dijo que parecía demasiado joven y que "nunca debería llevar pantalones". Encontré esta experiencia traumática principalmente porque no resulta agradable que te digan que pareces un bebé cuando crees que tienes un aspecto sofisticado. Pero ahí estaba ella, riéndose, feliz, de todo, y -aún más gratificante- llevando ella misma pantalones.
Me sentí tan emocionada que olvidé preguntarle por qué se había marchado. Me alejé para unirme a otro grupo de banqueros que habían permanecido más de una década en JPMorgan. Uno es propietario en la actualidad de nueve caballos de carreras, y la mayoría del resto eran gestores de fondos o asesores. Todos aseguraban ser locamente felices.
Puede deberse a que cualquier cosa es mejor que trabajar en un gran banco; o a que sólo vuelves a reunirte con tus antiguos jefes para mostrarles que tu vida es mejor sin ellos. Mientras me ponía el abrigo, me di cuenta de que me había formado una idea errónea. Es posible que esa parte de mi vida hubiera sido extraña, pero no fue irrelevante.
Trabajar con otras personas crea un vínculo, y ese vínculo perdura. También aprendí otras dos cosas útiles aquella noche: (a) las vidas laborales son aburridas, por lo que cualquier cosa que se asemeje a un escándalo permanecerá para siempre en la memoria, y (b) realmente es posible alcanzar el éxito en la banca teniendo barba.
Ser independiente te libra de todo esto lo cual es bueno para nosotros y es bueno para nuestros clientes.
Ser independiente te libra de todo esto lo cual es bueno para nosotros y es bueno para nuestros clientes.
No hay comentarios:
Publicar un comentario