domingo, 29 de julio de 2007

El Inversor Resiliente.

Vaya por delante que las reflexiones que voy a hacer a continuación se refieren a un perfil de inversor medio con capacidad media y preparación para el mundo financiero baja, o sea la mayoría de la población que tenga poder adquisitivo suficiente para pensar en invertir más allá de llegar al final de cada mes. Lógicamente muchos de los lectores sobresalen honrosísimamente de este perfil medio y no deben sentirse identificados. Pero por nuestra experiencia en consultas de todo tipo podemos afirmar que lo que les sucede a los inversores que a continuación trataremos de explicar es desgraciadamente muy habitual. Pensamos que ayudando a identificar los problemas damos pasos hacia poder resolverlos o evitarlos de algún modo. De la misma forma como hay empresas especializadas en hacer otras empresas más resilientes, también es vital desde el punto de vista de Counsellors que consigamos hacer más resiliente al inversor.

Los patrimonios de muchos inversores sufren los ciclos sectoriales que palían con sus propios sueldos. Estos inversores mantienen sus ingresos más o menos fijos procedentes de sus rentas laborales, y utilizando esa base económica realizan sus pinitos en renta variable, inversiones en energías alternativas, inmuebles, productos financieros mixtos recomendados por sus gestores, etc. La mayoría pasan compulsivamente de un tipo de inversión a otro, según les haya ido. Es frecuente encontrar quien después de un annus horribilis de bolsa, queda escaldado por unos años durante los que desprecia vehementemente los males de los mercados variables. Normalmente pasan de un extremo a otro invirtiendo desmesuradamente en ladrillo o incluso en RF al 3% anual. Pero todo pasa, y la tentación de ver cómo sus amigos se forran 5 años después, en cualquier fondo de renta variable termina por borrar de su memoria las amargas palabras que pronunció su gestor financiero: "La corrección está siendo más severa de lo esperado, pero ahora se empiezan a encontrar muy buenas oportunidades, debería aportar más capital para promediar y sacar provecho de las caídas...". Indefectiblemente, justo cuando decidieron salvar los muebles y cambiar de estrategia, las bolsas empezaron su recuperación fulgurante. Poco después el desorientado, pero orgulloso inversor medio (a nadie nos gusta reconocer nuestros defectos y fracasos) intentará poner en el mercado unos inmuebles acumulados enfermizamente y sobrevalorados, en plena caída del sector. Y no sólo por la finalidad de cambiar la estrategia hacia la bolsa y "dejar de hacer el tonto al 3%", sino porque los compromisos hipotecarios asumidos ya resultan peligrosamente incómodos cuando los inmuebles dejan de aumentar un 25% anual entre la compra sobre plano y la entrega de llaves.

Lo mismo ocurre en otras estrategias de inversión con productos financieros varios: Cuando se pierde en petróleo se pasa a metales preciosos, a acciones preferentes, especulación en divisas, etc. Incluso si acertamos en los productos y gozamos de meses de bonanza, nuestros propios gestores-asesores (angelitos...) se encargarán de hacernos cambiar de unos a otros dependiendo de "la oferta del día" que deban colocar. Las inversiones en negocios ajenos pueden terminar de ponerles "la pierna encima para que no levanten cabeza".

Resultado de estas "estrategias" de inversión a lo largo de las décadas: Potpourri caprichoso, inconexo, promiscuo y por supuesto caro. Bandazos en la trayectoria de inversión que nada tendrá que ver con los objetivos vitales de sus familias. Ese "ahí me he pillado los dedos, me voy allá para recuperar lo perdido", no terminará en tragedia si al menos les queda algún inmueble pagado de su paso por el Real Estate.

Algunos podéis pensar que estamos dramatizando en exceso, ya que si llegada nuestra vejez nos queda algún inmueble y algo más, será que no lo hemos hecho tan mal al final de nuestra trayectoria errática. Aquí lamento discrepar porque debemos tener muy en cuenta lo que dijimos al principio del post: La capacidad de generar ingresos procedentes de nuestra actividad laboral a lo largo de nuestras vidas. Los ingresos laborales que somos capaces de generar durante toda nuestra edad productiva, el paso de los años y el interés compuesto, hacen milagros. Si descontamos todos estos ingresos, obviamente después de deducir los gastos de la propia familia, lo que generaría el excedente con un interés compuesto muy moderado sorprendería a más de uno. Probablemente muchas familias tendrían incluso más activo que el que han conseguido después de arriesgar, ganar y perder cíclicamente sus excedentes en inversiones y negocios varios.

Con esto qué queremos decir: Simplemente que muchas aventuras inversoras de la mayoría acabarían en tragedia si no tuvieran un excedente procedente de sus actividades laborales que les ayuden puntualmente a paliar los desastres que sufren en bolsa, negocios, productos financieros y aunque algunos todavía no lo crean, también desventuras inmobiliarias. Si disociamos estrictamente nuestros ingresos laborales de nuestra economía de inversión, veríamos que tan sólo las realizadas con cierto criterio y rigor se sustentan por sí solas. El resto, en un momento u otro de nuestras vidas, suele necesitar la inyección de activos procedentes de nuestros sueldos o herencias. Esta falsa resiliencia (en la aplicación psicológica del término) viene dada por la capacidad regeneradora que tienen las rentas procedentes del trabajo de los propios inversores. Si disociamos dichas rentas laborales de nuestra economía de inversión, probablemente nos resulte evidente que nuestra capacidad de levantarnos después de un batacazo inversor no es tal. Muchos de los inversores no son verdaderamente resilientes sin la ayuda de sus sueldos, ergo necesitan asesoramiento patrimonial independiente o un cambio de estrategia radical, por el bien del futuro de sus familias. La capacidad productiva laboral debe soportar en muchos casos los errores y fracasos inversores del individuo, minimizándolos hasta el punto de distorsionar la visión que tenemos de nuestras propias capacidades de creación de riqueza al margen de nuestro trabajo.

Manteniendo dicho rigor en disociar nuestras dos economías, nuestras aventuras inversoras se deberían financiar vía créditos. Así "forzosamente" la inversión en sí misma debería ser capaz de amortizarse, haciéndose totalmente evidente nuestra capacidad para generar buenas inversiones a lo largo de nuestras vidas. Un viejo amigo solía decir: "Si un negocio no da ni para pagar los intereses del banco, vaya mierda de negocio." Podríamos entonces acumular los excedentes de los ingresos profesionales y recapitalizarlos en renta fija, ya que los riesgos de otro tipo de inversiones ya lo asumiríamos de forma independiente. De este modo crearíamos auténticos planes de ahorro blindados para nuestra vejez, a la vez que seríamos conscientes de nuestras limitaciones y capacidades en el terreno inversor.

En cuanto a la capacidad de crear riqueza añadiría:
"Todos somos capaces de generar buenas inversiones, simplemente debemos asesorarnos por alguien que nos evite generar un buen número de malas."
Si lo conseguimos habremos alcanzado el estatus de Inversor Resiliente, en una de sus acepciones referente a la capacidad de crecer sano en un entorno insano. Interesante concepto, ¿no os parece?

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